martes, 25 de noviembre de 2014

PROMOCIÓN CULTURAL: "Memorias de un Revolucionario" Serge V., Ed. Veintisiete letras



Para Serge, cada hombre es responsable: de sí mismo y del prójimo. Ningún fatalismo en él. Ciertamente, como toda vida, la suya tiene su parte de errores, de fracasos, por lo menos colocó bien alta la cinta de sus exigencias y de su radicalidad. Por mi parte, no veo en ello nada mediocre, mezquino.

Las Memorias como obra de vida, de verdad, de combate y de arte. De un hombre que consideró siempre que había una «responsabilidad de los escritores y de los intelectuales» y que siempre la exigió de ellos, que siempre se esforzó por hacer coherentes su vida y sus actos, no puede esperarse un libro de diversión o de disfraces, de negación de la realidad y de la verdad, en otros términos un libro trucado: ya sea el de un prestidigitador, ya sea el de un falsificador. No se puede esperar un libro complaciente consigo mismo o que sacrificara, por demagogia o por interés, a las modas y a los poderes del momento. Menos aún un libro de tópicos aceptados, de imágenes o de ideas convencionales, «para ponerse entre todas las manos», por no poner sobre todo en tela de juicio el orden del mundo.

https://elsudamericano.files.wordpress.com/2013/05/victor-serge-memorias-de-un-revolucionario.pdf
(pg340-342): 

"Estoy casi seguro de haber sido el primero que definió en aquel
documento al Estado soviético como un Estado totalitario.

Desde hace ya largos años –escribía–, la revolución ha entrado en
una fase de duración... No hay que disimular que el socialismo lleva
en sí mismo gérmenes de reacción. En el terreno ruso, esos gérmenes
han dado una increíble floración. En la hora actual, estamos cada
vez más en presencia de un Estado totalitario, castocrático, absoluto,
embriagado de su poder, para el cual el hombre no cuenta. 


Esa máquina formidable reposa sobre un doble asiento: una Seguridad gene-
ral todopoderosa que ha reanudado las tradiciones de las cancillerías
secretas de fines del siglo xviii (Anna Iohánnovna) y una «orden»,
en el sentido clerical de la palabra, burocrática, de ejecutantes pri-
vilegiados. La concentración de los poderes económicos y políticos
que hace que el individuo esté sujeto por el pan, el vestido, el aloja-
miento, el trabajo, colocado totalmente a disposición de la máquina,
permite a esta desentenderse del hombre y tener sólo en cuenta los
grandes números, a la larga. Este régimen está en contradicción con
todo lo que se ha dicho, proclamado, querido, pensado durante la
revolución misma.


Escribía yo:

En tres puntos esenciales, superiores a toda consideración de táctica,
sigo y seguiré siendo, cualquiera que sea el precio que me cueste, un
no conformista confeso, claro, que sólo se callará si lo obligan a ello:


I. Defensa del hombre. Respeto del hombre. Hay que devolverle
derechos, una seguridad, un valor. Sin ello, no hay socialismo. Sin
ello, todo es falso, fracasado, viciado. El hombre, cualquiera que sea,
aunque fuese el último de los hombres. «Enemigo de clase», hijo o
nieto de burgueses, poco me importa, nunca hay que olvidar que un
ser humano es un ser humano. Se olvida todos los días bajo mis ojos,
en todas partes, es la cosa más indignante, la más antisocialista del
mundo.


Y a propósito de esto, sin querer tachar una línea de lo que escribí
sobre la necesidad del terror en las revoluciones en peligro de muerte,
debo decir que considero como una abominación incalificable, reac-
cionaria, asqueante y desmoralizante el uso continuo de la pena de
muerte por justicia administrativa y secreta (¡en tiempos de paz!, ¡en
un estado más poderoso que cualquier otro!).


Mi punto de vista es el de Dzerzhinski a principios de 1920, cuan-
do la guerra civil parecía terminada y propuso –y obtuvo fácilmente
de Lenin– la supresión de la pena de muerte en materia política... Es
también el de los comunistas que propusieron durante años reducir
las funciones de las comisiones extraordinarias (Cheka y Guepeú) a la
investigación. El precio de la vida humana ha caído tan bajo y es tan
trágico que toda pena de muerte debe condenarse en este régimen.
Abominable igualmente, e injustificable, la represión por el exilio,
la deportación, la cárcel casi perpetua, de toda disidencia en el movi-
miento obrero...


II. Defensa de la verdad. El hombre y las masas tienen derecho
a ella. No consiento ni el amañamiento sistemático de la historia y
de la literatura ni la supresión de toda información seria en la prensa
(reducida a un papel de agitación). Considero la verdad como una
condición de salud intelectual y moral. Quien habla de verdad habla
de sinceridad. Derecho del hombre a la una y a la otra.


III. Defensa del pensamiento. Ninguna investigación intelectual,
en ningún dominio, está permitida. Todo se reduce a una casuística
nutrida de citas... El miedo interesado a la herejía desemboca en el
dogmatismo mojigato más paralizador. Considero que el socialismo
no puede crecer en el orden intelectual sino por la emulación, la in-
vestigación, la lucha de las ideas; que no tiene por qué temer el error,
siempre reparado con el tiempo por la vida misma, sino el estanca-
miento y la reacción; que el respeto al hombre supone para el hombre
el derecho a conocerlo todo y la libertad de pensar. No es contra
la libertad de pensar, contra el hombre, como el socialismo puede
triunfar, sino por el contrario por la libertad de pensar, mejorando la
condición del hombre.


Fechado: Moscú, a 1 de febrero de 1933."